Hato de la virgen
Juan Sebastián Cañón
2 Jun 2020 07:35 AM

¿Cómo es vivir en la Invasión el Hato de la Virgen? Crónica del Patrullero RCN

Juan Sebastián
Cañón
En la parte posterior del Barrio Tulio Varón, cercano a una quebrada contaminada, viven al rededor de 200 familias en precarias condiciones.

Una llamada entró a mi celular hacia las 7:05 de la mañana. Habíamos iniciado el recorrido del Patrullero de RCN en el centro de la ciudad, hablando sobre una tapa de una caja telefónica que lleva seis meses abierta en toda la esquina de la trece con tercera. Toda la madrugada había estado lloviendo fuerte en la capital tolimense, y el agua no pensaba menguar pronto. 

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-¡Aló, buenos días!- Contesté mi celular, con algo de prevención. - Buenos días, que pena, ¿Habló con el patrullero de RCN?, me preguntó una mujer, con una voz que quizá no excedía los 27 años de edad. -Sí señora, con el habla" Le respondí. -Mire, es que le llamo aquí desde el Hato de la Virgen, es que en la madrugada se cayeron unos árboles encima de nuestras casas y hay gente que no ha podido salir, pero nadie ha venido a ayudarnos, llamamos a bomberos y la policía pero hasta el momento nadie ha venido. ¿Será que pueden pasar a ver si alguien viene?- me dijo en una voz agitada y preocupada. Lo único que pude responderle fue que me explicara, dónde quedaba el Hato de la Virgen, pues lo había escuchado un par de veces, de hecho, en algún momento cubriendo otra nota sobre la contaminación de la quebrada del Pedregal, algún oyente me había dicho que en la invasión del Hato, pasaba esa misma quebrada,y allá, los niveles de contaminación eran muy altos. Había pensado en hacer esa nota, pero nunca materialicé la idea. 

- Eso queda atrás de la Escuela del Tulio Varón, usted pasa dos cuadras de la escuela, en toda la esquina hay una peluquería, baja por ahí hasta el fondo y yo lo espero ahí- Fueron las indicaciones que la mujer nos dio, así que con el mono, el conductor de la móvil de RCN, a quien le decimos así de cariño, pero que en realidad se llama Luis Fernando Árias; nos fuimos como volador sin palo a atender la emergencia de aquella comunidad. 

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Pasaron unos 25 minutos desde el centro de la ciudad, hasta el lugar de la noticia. La mujer tenía toda la razón, dos cuadras luego de la escuela había una peluquería, en la cual volteamos a la derecha, y nos encontramos con un callejón angosto con casas a lado y lado y donde escasamente y cabía la camioneta de RCN. Al fondo, se terminaba la vía y se apreciaban varias casas construidas con cartón, tablas, plásticos y cualquier otro elemento que pudiera simular ser una pared o un techo. Me baje de la camioneta, y me encontré con la mujer que realizó la llamada. No me había equivocado, su edad rondaba entre los 24 a unos 27 años. Ella nos guió por las calles a medio hacer, construidas con arena, uno que otro pedazo de cemento y puertas de manera construidas artesanalmente, que separaban unos callejones de otros. 

Pasamos algunas casas. Casi todas tienen la misma fachada. Un color entre café y gris que no permite diferenciar dónde comienza una casa, y dónde termina la otra. Tras un trayecto de quizá unos 200 metros desde la entrada a la invasión, y pasar dos puertas de madera, llegamos a un muro de concreto donde estaban varias personas mirando hacia la montaña, donde 4 árboles se habían desprendido de sus raíces y habían caído sobre las humildes casas que habían construido ellos mismos, con sus propias manos. Uno de los afectados se acercó  a mí y me llevó  su casa, ubicada a unos 30 metros después del muro de concreto, y quizá a unos 20 metros de distancia del agua de la quebrada. Su casa tenía un gran triplex como fachada, donde había un hueco al cual le colgaba un pedazo de manera que simulaba ser una puerta. Encima de ello, había un techo de guadua que sostenía unas tejas desgastadas de zinc, que estaban rotas debido al árbol que había caído en ese lugar. El árbol, además, había tapado la única salida de la casa, por lo que el joven tuvo que pedir permiso al vecino para salir por su casa, dar la vuelta por el muro de contención, y con un machete abrirse paso entre las ramas para poder habilitar de nuevo la entrada a su casa.

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Luego del salir de aquella casa, me encontré de nuevo con las personas que estaban en el muro, allí conocí a Camilo, un joven de quizá unos 25 años,  muy amable y bastante inteligente, que me contó todas las dificultades que ha tenido que pasar en la invasión, como la inundación que vivieron unos años atrás cuando el agua de la quebrada se entró a sus hogares, y les dañó lo poco que tenían. Me contó también que la quebrada es un foco de enfermedades y de malos olores. Lo pude notar al ver el agua grisácea que pasa por el lugar. Me contó, entre una narración entrecortada quizá por el dolor que le causa ver  las condiciones en que viven todos, que cuando el caudal del agua es baja, se puede apreciar la cantidad de basura que arrastran las aguas, y que es aterrador, la cantidad de desperdicios de todo tipo, que la gente de Ibagué, le tira al afluente. Sin querer, había realizado la nota que tanto había pensado sobre la contaminación de dicho embalse.

Camilo me invitó a conocer su casa, una construcción realizada con todo tipo de material. Al entrar me di cuenta que el piso era un armazón de madera, que tenia desniveles por la forma del terreno bajo él. La pared de la cocina se estaba partiendo debido a que la casa del lado, donde habita una abuela de avanzada edad, se está ladiando, lo que ocasiona que el peso de la casa recaiga en la de Camilo, y vaya partiendo poco a poco, la tabla que hace como pared divisora. Al fondo de su casa, hay una habitación de madera que tuvo que desocupar tras el constante peligro de los árboles, y que justo, en esa madrugada, había caído una rama en esa habitación desocupada. Donde alguien durmiera allí, posiblemente el árbol habría cegado su vida. El techo se había roto completamente, y dentro de él, estaba un imponente tronco que cayó desde la montaña que hay frente a la casa. Camilo me mostró desde allí, la desviación que tiene la quebrada producto de la basura que la gente de la Ciudadela bota. Además, las aguas negras de ese barrio cae a la montaña, lo que erosiona la tierra, y hace que las raíces de los árboles queden al descubierto, lo cual, cuando llueve, como en esta madrugada, produce que se caigan los árboles.

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Hacía las 8 de la mañana, llegaron los bomberos, quienes descendieron la montaña, y con motosierras comenzaron a levantar los cadáveres de los árboles que yacían tirados en el piso. Camilo me muestra su preocupación, porque dice que es una solución temporal, ya que esos árboles, en esta ocasión no produjeron mayor daño, pero que, los que quedan, puede que en otra oportunidad sí cobren una vida, si dañen totalmente varias casas, o puede, que ocasionen un daño peor. Camilo sólo suspiró y dijo que ojalá las autoridades les ayuden a reubicarse, pero que eso sería un milagro, porque el gobierno nunca los ha tenido en cuenta, que ellos, solo se tienen a ellos mismos, como comunidad,  y así, entre los ires y venires de las desgracias y el éxito, han aprendido a compartir lo poco que tienen, esperando que algún día, sus condiciones de vida mejoren. 

El Hato de la Virgen, es un barrio fuera de la ordinario que se ve en Ibagué, uno creería que esas cosas pasan solo en una Bogotá, en un Medellín, en un Chocó, pero aquí, en la musical de Colombia, hay un grupo de personas que viven en casitas de cartón, muchos de ellos, sobreviviendo a la pandemia gracias a la caridad de la gente que se acuerda de ellos una que otra vez, pero que, la mayoría del tiempo viven con el miedo de que la montaña se deslice, de que el río se crezca, de que su casas no resistan una tormenta, de que el estado los desahucie, o peor aún, que mueran en el olvido, de una sociedad indolente y llena de inequidad social. 

Fuente
Alerta Tolima