Escuché con atención el discurso del presidente Petro y estoy de acuerdo con gran parte de sus argumentos y premisas, pero no con sus conclusiones.
El presidente afirma que el negocio pensional ha enriquecido a dos banqueros y tiene total y absoluta razón; un enriquecimiento indecente y un insulto para el país que ha permitido financiar la inversión privada de particulares, con dinero de los contribuyentes. Lo complejo es pasar de la noción de inversión a la de gasto público. Sería plausible crear un Fondo de Inversión Público que financie el desarrollo económico del país. Hay ejemplos de estos fondos en países árabes, con buenos y con malos resultados.
La reforma pensional plantea un escenario riesgoso: que los que cotizan hoy pueden sostener a los pensionados de hoy, y los que coticen mañana sostendrán a los pensionados de mañana. Eso es como darle al director de un colegio al inicio del año, toda la plata que requiere para educar a sus estudiantes hasta que se gradúen de bachillerato, 12 años después; y pretender que no se la va a gastar en el primer año, o que el sujeto no se va a volar, o que al colegio nunca lo van a cerrar ni será intervenido. Los ingresos recibidos por anticipado son un pasivo, no un activo; si me gasto la plata, lo que tengo es una deuda por cubrir, y debemos recordar que, para algunas personas, la lógica de “lo público” está centrada en el gasto y no en la productividad.
Sobre la Reforma Laboral, el presidente desea rescatar para la humanidad esclavizada y doliente, el horario hasta las 6 de la tarde y el fin de semana, afirmando que: “la productividad no nace de extender la jornada de trabajo”, según él, esa es una visión del siglo XIX. Yo creo que resulta anacrónico pensar que una ciudad no puede funcionar 24 horas sino para la rumba. Tenemos un enorme desempleo que no se resuelve trasladando todo el impacto de los costos al empleador. Ya que estamos tan amantes de los subsidios, debería considerarse dar beneficios tributarios o asumir el sobre costo laboral, para las medianas y pequeñas empresas que apuesten por tener dos y tres turnos de producción. Sino se incentiva la productividad, de dónde van a sacar el recurso para seguir gastando. Pero las lógicas son diferentes; el presidente afirma; “es el pueblo trabajador el que produce la riqueza”, y eso, si es un anacronismo del siglo XIX. Excluir al empresario como factor generador de riqueza, no sopesar su conocimiento, su trabajo, su experiencia, su liderazgo, su perseverancia y su capital, es algo obtuso. Hay amargas experiencias de países que nacionalizaron sus empresas y las entregaron al “pueblo soberano y trabajador” y hoy están quebradas. Distanciar empresarios de trabajadores, solo revive el tema de la lucha de clases; y reemplaza un odio, por otro. Eso también es un anacronismo del siglo XIX.
Sobre la Reforma a la Salud, tiene total razón el presidente cuando afirma que las EPS han quebrado la Red Hospitalaria del estado. Eso es totalmente cierto y estoy de acuerdo con el giro directo para salvar a los prestadores de salud; pero proponer fortalecer la salud preventiva con la creación de 2.500 Centros de Atención Prioritaria CAP, me recuerda los mil jardines infantiles que prometió en la alcaldía de Bogotá. Tendría que montar tres CAP diarios para que sean una realidad concreta en lo que queda del gobierno y esperar, además, que la estrategia de salud preventiva funcione y baje los costos de atención en salud, y eso es, ante todo, un acto de fe; y uno aplaude que él y la ministra Corcho, se tengan tanta fe. Eso es saludable.
El presidente Petro afirma que la zona rural y pobre está desprotegida. ¡Absolutamente cierto! Hay que hacer algo al respecto, pero además de la flotilla de lanchas y avionetas para llevar el Ibuprofeno puerta a puerta, su propuesta no soporta una regla de 3 simple: hay 16 millones de habitantes rurales, más o menos, 3 millones 750 mil familias. Si un médico visita 8 familias en un día, durante 246 días laborales (si la reforma laboral lo permite, desde luego), puede visitar 1.968 familias, no pacientes… familias, sin contar desplazamientos. 1.905 médicos para hacer una visita al año, más de 3.800 si quiero hacer dos visitas, y como la salud será, según el, “rutinaria y cotidiana”, supongamos que hay mínimo tres visitas anuales, es decir, casi 6 mil médicos, en un país donde se gradúan solo 800 en 58 facultades de medicina, de las cuales solo 18 son públicas. Solo hay que crear 377 nuevas facultades de medicina. Estaremos ante un país en el que no solo correrán ríos de leche y miel, sino que, a la mejor manera de un evangelio gnóstico, levantarás una piedra y allí habrá un médico. Yo creo que es más simple bajar los promedios de admisión, implementar la promoción automática y así cada facultad, en lugar de graduar 13 médicos al año, (que es el promedio actual), pues que gradúen 104 médicos; total, si se les caen los puentes a los nuevos ingenieros, porque no se le van a morir los pacientes a estos nuevos ilustres galenos, una estrategia que a la larga disminuirá ostensiblemente los costos de atención en salud.
Siendo justos, y atendiendo a un principio de gradualidad, al ritmo de hoy podríamos tener en unos 15 años los médicos que requeriría el sistema propuesto. Ganó la izquierda, y justo es que implementen sus estrategias de solución. Lo que no parece muy gradual es que el presidente pide facultades extraordinarias para seleccionar y contratar los gerentes de todos los hospitales del país: cualquiera diría que va por la contratación pública ad portas de elecciones, pero no quiero ser mal pensado, no quiero creer que desea reemplazar un clientelismo regional por uno centralizado, un odio por otro odio, y un desastre por otro desastre. Eso sería muy amargo.
Concluyo anotando que las distancias enormes entre las premisas y las conclusiones, también se ponen de manifiesto en el tono con que abre y el tono con que cierra su discurso. Inicia el presidente con este poema “La política también la convirtieron en un instrumento del odio y no del encuentro y de la reconciliación”. Eso le sonó muy bonito; pero cierra con este épico llamado: “Aquí llegó el momento de levantarse. El presidente de la República de Colombia invita a su pueblo a levantarse (…) permitan las reformas, o si no, es al pueblo de Colombia al que le corresponde profundizarlas. Nosotros aquí estamos listos hasta donde ustedes digan”. Para quienes no sepan que significa “aquí estamos listos” les comento que el discurso no fue dado desde el Capitolio, como acostumbran los presidentes desde el periodo Republicano, sino “aquí”, desde la Plaza de Armas, donde hablaban los virreyes coloniales y los caudillos del siglo XIX.
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