La pandemia nos puso a prueba a todos, nos regresó al hogar, nos hicimos la reflexión sobre el valor de la familia, del tiempo, el cuidado del medio ambiente y el encontrarnos internamente con nosotros mismos, trajo la quiebra a varios negocios y empresas, nos trajo la muerte y develó las grandes deficiencias en materia de salud, pero también la pandemia trajo consigo apropiación tecnológica, creatividad, nuevos negocios, nuevas formas de hacer negocios y nos mostró grandes deficiencias en materia educativa.
La apropiación tecnológica nos hizo conocer las plataformas de reuniones virtuales, para de esa manera hacer más eficientes las funciones laborales o en muchos casos de fraternidad, la evolución tecnológica se había dado en los teléfonos, celulares, en los vehículos y en tantas cosas, pero no en las aulas de clase, mostrándonos una enorme contradicción porque es allí, donde se accede al conocimiento, quedó claro que nuestro sistema educativo es débil, nuestros docentes no están a la vanguardia, según la OCDE el 91,9% de los docentes tienen título profesional, 9% son normalistas y técnicos o tecnólogos y el 41,1% tiene títulos de posgrado.
Pese a estas buenas cifras nuestros docentes no estaban preparados para enfrentarse a la virtualidad, a esto se suman las cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) y del Laboratorio de Economía de la Educación, que os definen que solo el 43 % de las personas tienen acceso a internet móvil o fijo, solo el 17 % de los estudiantes de colegios rurales cuentan con internet y computador y el 96 % de los municipios no estaban preparados para implementar clases virtuales, sumado a ello la debilidad de las infraestructuras digitales y la calidad de la conectividad, donde clases medias y bajas no tuvieron las mismas oportunidades que las altas.
Estamos ante una enorme crisis en materia educativa y social, de cada 100 niños que ingresaban al colegio, solo 44 se graduaban en el país antes de la pandemia, estas cifras seguramente han empeorado y van a empeorar, por eso es urgente establecer una nueva política publica de educación, que reconozca en la virtualidad una gran fortaleza y en la presencialidad lo más valioso que es la interacción con los otros, la amistad, el deporte y los lenguajes múltiples, pedagogías invisibles que se dan más allá del aula.
Deberemos para esta nueva política pública, cerrar brechas digitales, consultar a las comunidades académicas, regiones, padres de familia y estudiantes, sobre lo que requieren sus instituciones y su entorno, eso del centralismo bogotano que envía lo mismo para todos hay que detenerlo, es un modelo fracasado.
Es necesario, reconocer la autonomía de las regiones y sus municipios, el ministerio debe acompañar y contribuir como una entidad interlocutora, pero debe cambiar la actitud etnocentrista de enviar los mismos libros e instrucciones, pues nuestro país es un país inequitativo, de amplias diferencias y diversidad cultural.
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