Armero-Guayabal, un pueblo al norte del Tolima, de clima cálido y tierras productivas, donde se produce el mejor maíz de Colombia y a donde llegaron gran parte de damnificados de la tragedia de Armero ya hace más de 30 años, vuelve a ser noticia en estos días por un aberrante caso de maltrato infantil, acabando con la muerte de una pequeña de 3 años.
Esto nos lleva a pensar que en Colombia los diferentes organismos del estado, llamase ICBF, policía nacional o cualquier otra que estén comisionadas por el pueblo y bajo el mandato de nuestros gobernantes; elegidos democráticamente y por voto popular, parecieren más preocupados por otras cosas y no por lo que se entendería como transcendental en una sociedad moderna: la seguridad física de la ciudadanía, sobre todo los más frágiles como son los niños, mujeres y ancianos.
No son solamente condenadas las instituciones del estado en el Tolima, encargadas de velar por este derecho fundamental, las que le fallaron a Sarita. Esta cuestión de la coexistencia y el maltrato hacia las personas vulnerables es una enfermedad que padece todo el país, tal como lo señaló el caso de la niña Yuliana en Bogotá, nuestra capital, donde debería ser ejemplo, por obvias razones.
Pero que se puede esperar de una sociedad molesta por tantos años de guerra; y no una guerra ideológica, como cuando los campesinos se alzaron en armas para exigir sus derechos sobre la tierra.
El conflicto colombiano decayó en un asunto de poder; no en el sentido de llegar a un cargo de elección popular para trabajar por la comunidad y hacer que los sucesos cambiaran para el bienestar de todos. Aquí el poder se ve reflejado en hacer lo que me dé la gana: matar, violar, extorsionar, robar, y muchos otros ARs, sin pensar pagar un solo día de cárcel simplemente porque el degenero y la corrupción fueron tan altos, y en algunos casos todavía lo es, donde plata e influencia política pueden corromper el accionar de la justicia y autoridad, ya sea en el momento del crimen o más adelante en un proceso judicial.
Da rabia conocer las noticias con las que empiezan los medios nacionales, que a raíz de lo que sucedió en el Tolima, entablan una larga fila de acontecimientos noticiosos que alimentan más la noticia principal, señalando que nuestra sociedad, nuestro país, pareciese una nación de locos.
Hoy lunes escuche que un tipo había asesinado a una niña y a su mamá en Medellín; un hombre mató a un niño de 6 años en Cali y junto a él, cayó una vecina que quiso evitar este horrendo crimen; en Popayán un individuo mató a su esposa e hizo desaparecer a dos niños, tristemente encontrados muertos horas más tarde; y en el Meta un soldado violo a una bebe de 4 meses.
Es muy triste escribir estas líneas de opinión, puesto que como padre y esposo nunca puede uno imaginar hacerle daño a los seres más queridos y desprotegidos como son las mujeres y niños de nuestra familia.
No se puede ser ingenuo al cavilar y entender porque sucede esto en Colombia: donde los corruptos se roban la plata que va destinada a la salud, donde la educación también es presa de los podridos y donde el dinero, muchas veces mal ávido, es venerado como el propósito más presuntuoso por la sociedad.
En síntesis, la guerra contra la indiferencia hacia los pobres, necesitados y contra la desigualdad social, es otra más para vencer. Pero hasta entonces, para las inocentes victimas como Sara y miles otros en Colombia, solo resta una cosa por decirles: perdón!