Crónica: El milagro de Willian: un corazón que late entre el fútbol, la familia y la esperanza
En los barrios más humildes de Cali, donde el sol quema con la misma intensidad con la que arden los sueños de los niños, un pequeño de apenas cuatro años comenzó a escribir su historia. Willian Orlando Arias Bermúdez, conocido como ‘el Negrón’, ‘Manotas’ o simplemente ‘Willy’, no sabía entonces que su vida sería un viaje lleno de triunfos, caídas y milagros. Una historia que no solo habla de goles y campeonatos, sino de resiliencia, fe, amor familiar y un compromiso inquebrantable con su tierra.
Willian nació en Bogotá, pero fue en Cali donde echó raíces. Criado en el barrio 12 de octubre, un lugar donde las calles son testigos de luchas diarias, encontró en el fútbol su refugio. Con un balón en los pies y el corazón lleno de ilusiones, comenzó a forjar su camino en la escuela de formación Rojo y Verde. Allí, entre risas y sudor, aprendió que el deporte no solo era un juego, sino una forma de vida. Un escape de las sombras que acechaban a muchos de sus amigos de infancia.
Pero la vida no siempre es justa. El conflicto armado que ha marcado a Colombia por más de medio siglo obligó a Willian y su familia a dejar atrás todo lo que conocían. Con apenas 14 años, llegó a Pereira, una ciudad que lo recibió con los brazos abiertos y le dio una nueva oportunidad. En el Club Deportivo El Diamante, continuó su formación, combinando el fútbol con el estudio y el trabajo. Willian no solo soñaba con ser futbolista; quería ser un ejemplo para su familia y para todos aquellos que, como él, luchaban por salir adelante.
Un niño de múltiples talentos
Willian combinaba el deporte con el estudio, un trabajo como empacador en una de las tiendas más reconocidas a nivel nacional, las tiendas Olímpica, y la música como cantante del género salsa ton. Integrando grupos musicales, llegó a participar en el Factor XS. Estas actividades le permitieron obtener ingresos adicionales para continuar su formación deportiva y apoyar a su familia.
Con esfuerzo y dedicación, logró seducir el interés de los seleccionadores nacionales de las categorías menores, como Eduardo Lara y José María Pasos, siendo llamado en dos ocasiones a la selección sub-15 de Colombia. Pasó por equipos como Deportivo Cali, Equidad Seguros, Atlético Nacional y Once Caldas, su talento no pasó desapercibido. Llegaron las convocatorias a la selección sub-15 de Colombia, pero las lesiones jugaron en su contra.
Aun así, Willian no se rindió. A los 17 años, debutó como profesional en el Deportes Tolima, convirtiéndose en una de las promesas del fútbol colombiano. Pero justo cuando todo parecía alinearse, el destino le tendió una trampa. Un día antes de su ansiado debut, durante un entrenamiento, Willian se desplomó en el césped del estadio Manuel Murillo Toro.
El diagnóstico fue devastador: síndrome de Guillain-Barré. Una enfermedad que lo dejó al borde de la muerte y lo desahució del fútbol.
En ese momento, Willian no solo luchaba por su carrera, sino por su vida. La ciencia no le daba esperanzas, pero él tenía algo más poderoso: la fe. Con una fuerza que solo nace del amor por lo que se hace, Willian se aferró a la vida. Día tras día, paso a paso, volvió a caminar. Tras una recuperación milagrosa de 14 meses, contra todo pronóstico, Willian volvió a caminar de manera natural y posteriormente a reincorporarse a sus entrenamientos. Su recuperación fue un milagro, pero también un testimonio de que los sueños no mueren fácilmente.
A pesar de su recuperación, Willian se encontró con una nueva realidad: aquel niño prometedor ahora era visto como una persona imposibilitada para el fútbol profesional. La incertidumbre se reflejaba en la manera en que era recibido en el club y el desinterés de otros clubes colombianos por sus servicios. Sin embargo, como los milagros existen, cuando ningún equipo tenía interés por el joven arquero, una oferta del fútbol europeo llegó inesperadamente.
A sus 19 años, tras una milagrosa y satisfactoria recuperación, Willian emprendió un nuevo camino en el viejo continente, el fútbol europeo le tendió una mano. Rumania fue su nuevo hogar, y allí, con el Otelul Galati, Willian no solo levantó trofeos, sino que también jugó en la Champions League. Su carrera siguió en España, Bolivia, Camboya y, finalmente, Bosnia y Herzegovina, donde hoy, a sus 34 años, sigue defendiendo la portería en la segunda división. Pero Willian no es solo un futbolista; es un hombre que ha convertido su historia en un faro de esperanza para otros.
La familia, su mayor milagro
En medio de su lucha por recuperarse y seguir adelante, Willian conoció el amor. Se casó y, contra todos los pronósticos médicos que le decían que no podría ser padre, la vida le regaló dos milagros: sus hijos. Dos pequeños orgullosamente ibaguereños que hoy son el motor de su vida. “Ellos son mi razón de ser”, dice Willian con una sonrisa que ilumina su rostro. “Cuando me dijeron que no podría ser padre, me dolió mucho, pero Dios tenía otros planes para mí. Mis hijos son mi mayor trofeo”.
Willian habla de sus niños con una mezcla de orgullo y ternura. Para él, cada risa, cada abrazo, cada momento junto a ellos es un recordatorio de que los milagros existen. Y es esa misma gratitud la que lo impulsa a devolverle a la vida todo lo que ella le ha dado.
El amor por Ibagué y el Deportes Tolima
Willian no olvida sus raíces. Ibagué, la ciudad que lo acogió en sus momentos más difíciles, ocupa un lugar especial en su corazón. “Ibagué es mi hogar”, dice con emoción. “Aquí encontré una familia, aquí nacieron mis hijos, y aquí es donde quiero dejar mi huella”.
Esa conexión con la ciudad y con el Deportes Tolima va más allá de lo sentimental. Willian sabe que el fútbol tiene el poder de transformar vidas, y por eso ha dedicado gran parte de su tiempo y esfuerzo a trabajar con jóvenes en riesgo a través de su ONG. “He visto cómo el microtráfico y las pandillas destruyen sueños. No quiero que más niños pasen por eso”, explica.
Su labor social en Ibagué y el Tolima es incansable. A través de talleres deportivos, charlas motivacionales y programas de prevención, Willian busca alejar a los jóvenes de las drogas y las calles. “El fútbol me salvó a mí, y quiero que salve a otros”, dice con convicción. “Si puedo ayudar a un solo niño a cambiar su vida, todo este esfuerzo habrá valido la pena”.
Un legado que trasciende el fútbol
Hoy, cuando Willian Arias mira hacia atrás, ve un camino lleno de baches, pero también de triunfos. Sabe que su historia no es solo suya, sino de todos aquellos que creen en los milagros. Porque Willian no solo es un futbolista; es un sobreviviente, un luchador, un padre orgulloso y un hombre que le ha demostrado al mundo que, con fe y perseverancia, incluso los sueños más imposibles pueden hacerse realidad.
En Ibagué, donde el sol se refleja en las montañas y el aire huele a café y esperanza, Willian sigue corriendo. No solo por él, sino por sus hijos, por los jóvenes que sueñan con un futuro mejor y por todos aquellos que, como él, creen que el fútbol es más que un juego: es una razón para vivir.
Y así, entre goles, sonrisas y abrazos, Willian Arias sigue construyendo su legado. Un legado que no se mide en trofeos, sino en vidas transformadas, en sueños cumplidos y en corazones que laten al ritmo de la esperanza. Porque, al final, esa es la verdadera victoria: tocar el alma de quienes lo rodean y dejar una huella imborrable en el mundo.
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