Montegranario Sierra Archivo
Montegranario Sierra Archivo
Suministrada
28 Jun 2024 08:16 PM

Crónica: Entre bielas y micrófonos

Columnista
Invitado
Montegranario Sierra Conde con su crónica nos sumerge en el mundo de los caballitos de acero.

Son las 03:45 de la mañana, hora en la que despierto todos los días. No hay festivos ni domingos que lo puedan evitar. Mi rutina incluye la lectura de un salmo de la Sagrada Biblia para agradecer a Dios por mi familia, mi trabajo y este nuevo amanecer que me ha brindado. 

Me llaman cariñosamente Monte, mi nombre de pila es Montegranario. Nací en Ibagué hace 57 años. Soy el menor de tres hermanos y en mis sienes ya se nota el paso del tiempo y en la piel las huellas de las experiencias vividas, pero en mi corazón aún hay muchos deseos de darle más a la vida. 

Empezaré a contarles desde que tengo memoria. Recuerdo que junto a mi padre y mis dos hermanos fabricamos un carrito de balineras. Yo tenía 8 años. Empujábamos el carrito hasta la cima de la calle 40 en el barrio Restrepo en Ibagué, desde allí nos subíamos al carro de balineras y nos escurríamos cuesta abajo hasta llegar al barrio Calarcá donde vivíamos. Ese era un juego muy entretenido, las caídas y los golpes no importaban pues sólo era importante disfrutar de esos momentos… 

Sin embargo, no todo era juego para este chiquillo travieso e introvertido, mis hermanos y yo debíamos salir a vender los fines de semana desde muy temprano, los tamales que mi mamá y papá preparaban. Recorriendo las calles de la ciudad y a grito limpio ofrecíamos este delicioso plato de nuestra cocina tradicional.  

 

Nuestra cliente más querida era la señora Gloria quien nos compraba cada ocho días entre diez y doce tamales. Llegar a esa casa era una de las mayores alegrías. Claro que, en ocasiones, encontrar sus ventanas cerradas era sin duda nuestra peor pesadilla. Golpeábamos fuertemente y en repetidas ocasiones la puerta con la esperanza que nos abriera para dejarle sus tamales. Ese día que no estaba la señora Gloria, nos implicaba recorrer más calles y, por ende, dejar más cansadas nuestras gargantas pues el grito de “tamaleeeees calientesssss” debía escucharse aún más fuerte. Así comprendí lo difícil que era conseguir el sustento para el hogar. 

La juventud pronto llegó. Para entonces, alternaba el estudio con la venta de los tamales de la señora Inés, mi madre. Entre semana estudiaba el bachillerato en un colegio público que, por cierto, quedaba bastante retirado de la casa. En esa época, se hacían unas competencias intercolegiales que incluían el ciclismo, era mi deporte favorito, por supuesto, aproveché la oportunidad para demostrar que el sueño de ser ciclista enmarcaba mi futuro. En esas primeras competencias participé con bicicletas que mis amigos me prestaban. Fui metiéndome poco a poco en ese mundo ciclístico. Al cabo de unos meses mi madre me regaló la bicicleta, era roja y tenía unos particulares rines rojos que, según los expertos del ciclismo, la hacían ver muy ordinaria, pero para mí, era la bicicleta más hermosa y especial. Mi madre tenía la certeza que mis habilidades ciclísticas me llevarían muy lejos y día a día alimentaba su esperanza de verme competir a nivel nacional en importantes eventos. Sin duda alguna este obsequio me impulsó a salir todos los días a entrenar desde las 5 hasta las 10 de la mañana. Después de la rutina deportiva, debía alistarme para ir al colegio. 

Así, fue creciendo mi amor por el ciclismo. Me interesé por conocer la vida de los grandes corredores de Colombia. Las transmisiones de radio en las que narraban cada detalle de las competencias nacionales e internacionales eran mi pasatiempo: La Vuelta a Colombia, El Clásico RCN, Vuelta de La Juventud, Giro de Italia, Vuelta a España.  

En 1985 mientras Lucho Herrera ganaba la etapa de El Tour de Francia, con su rostro ensangrentado, yo seguía aferrado a la idea de ser un ciclista. Sabía que era un deporte para valientes y aunque esa imagen me impactó, logré corroborar que yo también tenía coraje. Ya para entonces cursaba el grado once. Corría en clásicas locales y departamentales como la Clásica Rafael Mora Vidal, Clásica de Girardot y Vuelta al Sur.  

-Todavía conservo algunas medallas y trofeos obtenidos en mi juventud- 

 

La adultez se acercaba y esos días de rodar sobre el carro de balineras se fueron alejando poco a poco. La bicicleta ocupó el espacio que tenía el carrito en el corredor y tirado en un rincón del patio a la intemperie, la humedad y el olvido empezaron a dejar sus huellas sobre las rústicas tablas del carrito. Así mismo, se fueron ahogando en el silencio los gritos de esos niños que ofrecían tamales calientes cada fin de semana. Estaba llegando el momento de decidir qué iba a ser de mi vida: por un lado, el ciclismo y por el otro, la responsabilidad de aportar dinero al hogar. 

Con dieciocho años de edad, sueños, expectativas, miedos, necesidades y una bicicleta roja de rines rojos junto a mí, era el momento de tomarme en serio la llegada de la adultez. En mi hogar la situación económica no era favorable, de hecho, en mis escapadas entrenando, pensaba mucho sobre cómo ayudaría a mis padres. Era consciente que ser ciclista no iba a ser tan fácil y que tampoco era una actividad que me diera buenos ingresos. 

Mis padres tenían la esperanza que su hijo menor fuera profesional, pero no solo del ciclismo, ellos soñaban tener un hijo médico, abogado, arquitecto o alguna de esas profesiones en las que le dijeran “doctor”. Fue entonces cuando me dejaron ir a Bogotá para presentarme a la universidad, pues mi mamá me hizo prometer que alterno al ciclismo, debía estudiar una carrera profesional. Es por eso que me decidí por Ingeniería Civil, pasé en la universidad, pero la situación económica en el hogar impidió que mis padres pudieran sostener mi manutención y los costos académicos. Tuve que regresar a Ibagué con el convencimiento que debía encontrar un trabajo. Las madrugadas a entrenar, fueron desplazadas por unas caminatas por las calles de la ciudad, con hojas de vida debajo del brazo, en busca de algún oficio que me permitiera por lo menos, cubrir mis gastos personales.  

De repente, en los giros que la vida suele dar, me ofrecieron estudiar locución en un instituto local. Reconozco que pensé que ese curso sería algo por matar el tiempo, no sabía que mi madre también quería que yo fuera un profesional en la locución, no me llamarían “doctor”, pero me escucharían muchas personas y de seguro me reconocerían como un “personaje importante”. Ella estaba convencida que mi voz era perfecta para desempeñarme como locutor. ¡Doña Inés, no se equivocó! 

En el instituto, el profesor Alfredo Matiz, reconoció mis habilidades para desempeñarme como locutor. Me invitó a la Emisora Grupo Radial Colombiano, donde me presentó al director del programa deportivo, el señor Álvaro Ariza, quien me brindó la oportunidad de hacer comentarios ciclísticos. Fue este primer acercamiento con la radio, el que me dejó ver otros panoramas, llevándome a recorrer caminos y paisajes diferentes que estarían conectados intrínsicamente al ciclismo. 

Alterno al estudio, empecé a laborar como mecánico en un almacén de repuestos para bicicletas, - no me alejé mucho de mi otrora sueño –  

Don Mario Gómez, dueño del almacén de repuestos, dos años después llegó a la gerencia de la emisora La Voz del Tolima. No dudó un segundo y me llevó a trabajar con él. Sería mi primer trabajo en el que me incluían en la nómina de una emisora tan reconocida y emblemática de la ciudad. Fueron casi diez años en los que aprendí que un locutor puede con su voz despertar miles de sentimientos en los oyentes: amor, sinceridad, confianza, gratitud, alegría y tantos más. ¡Claro! A veces también despierta opuestos. 

En 1988, mi voz entra a los hogares de los ibaguereños y tolimenses. Las enseñanzas están presentes a cada momento en los que estoy frente al micrófono o subo a una tarima. Una que otra persona me reconoce, sino es por la voz, es por mi nombre, que en realidad es un tanto raro pero muy sonoro: Montegranario Sierra Conde. 

Ya entregado de lleno al trabajo, mi sueño de ser ciclista quedaría rezagado. Ahora se bajaría la bandera para darle partida a otras carreras que traerían consigo sus propias medallas, satisfacciones y unas que otras caídas, pero siempre con la convicción que el mejor corredor, sabe levantarse para volver a retomar su camino… ¡Sin duda alguna, ejercer como locutor, esposo y padre serían las carreras más hermosas, pero a la vez difíciles y llenas de emociones! 

Para 1992, inicia mi carrera más emotiva y emprendería la competencia como padre. Nace mi hijo Adrián y con su llegada, nacieron nuevos sueños.

1997, un año para no olvidar 

Sí, era el año que me daba por segunda vez el honorable título de “ser padre”. También fue el año en el que la vida me abrió las puertas de la casa radial más importante de Colombia, RCN. Bajo la dirección de don Alonso Botero, aprendí a caminar confiado en Dios y entendí que cada día de mi vida sería siempre un recordatorio de que los sueños se cumplen en el momento justo. Exploré cada nueva oportunidad de aprendizaje, me enfrenté a otras experiencias y entendí que siempre la vida trae consigo un propósito. 

Han pasado 27 años en los que sigo pedaleando con firmeza y amor, llevándome de nuevo por las carreteras de Colombia, al lado de los ciclistas, pero esta vez, no como competidor, sino como periodista deportivo. Son días de intenso trabajo, bajando a velocidades impensadas, pero con el placer de sentir la adrenalina que el ciclismo produce.  

Hoy desde la comodidad de mi hogar y a mis 57 años hago mi práctica deportiva en un rodillo adaptado a mi bicicleta. Nunca será tan espectacular como salir a recorrer las carreteras bajo un resplandeciente sol o un torrencial aguacero para sentir el golpeteo del viento en mi rostro y ver cómo mis piernas se exigen al máximo. Sentir cada gota de sudor que baja por mi cuerpo, como si fueran esas gotas de sangre que algún día, hace treinta y pico de años, Lucho Herrera derramó en esa gloriosa carrera. 

Llegar a la meta, no solo es pasar esa línea, es tener conciencia de cada camino recorrido, sorprenderse de tantos obstáculos superados y dejar a mi espíritu volar libremente en el cielo de la eternidad donde mi voz se apagará inevitablemente… 

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Fuente
Alerta Tolima