Por: Miguel Angel Barreto
Juan Guaidó, jefe del Parlamento y presidente interino de Venezuela desde el miércoles anterior, de 35 años, es un ejemplo de valentía y determinación, que no solo merece el reconocimiento internacional, sino el irrestricto apoyo de los venezolanos y de América en general para salvar la Nación bolivariana de las fauces del ‘Socialismo del Siglo XXI’, que la sumergió en la peor crisis social, política y económica de toda su historia.
En estas horas decisivas del país vecino, quienes creemos en las instituciones y la ley, estamos seguros que la resistencia de las comunidades, el apoyo de 15 países de la región, la presión estadounidense y el papel que jueguen los militares no afines al régimen serán claves para resolver la tensión que se vive más allá de nuestra principal frontera. Toda la solidaridad con los venezolanos que pretenden devolver su país por los cauces de la democracia.
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Sin embargo, desde Colombia debemos aprender la dolorosa y triste, pero ejemplarizante lección que nos presenta Venezuela. Con Hugo Chávez (1999) y Nicolás Maduro (2013), este país pasó de ser una de las economías más prominentes del hemisferio por su poder petrolero a estar hoy en la ruina y sumido en la pobreza extrema. De contar con un precio del barril exorbitante, el modelo chavista se dedicó, influenciado por Cuba, a estatizar las empresas privadas, más de cuatro mil compañías pasaron a manos del Estado; otras huyeron del país, quebraron, cerraron o colapsaron.
En manos de un Estado asistencialista y derrochador, la productividad y la competitividad fueron arrasados junto a todo el aparato de producción; a pesar de tener una moneda confiable y una producción de petróleo muy respetable, el modelo chavista destruyó la riqueza bolivariana.
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La inversión privada, las exportaciones y las relaciones comerciales fueron los grandes sacrificados en 20 años de sistemática destrucción del empleo. Sin duda, Maduro recogió lo que sembró Chávez, pues los precios del barril se deprimieron en su periodo como presidente y terminó por sepultar su país con una hiperinflación de siete dígitos, que en otras palabras significa, que se tocó fondo en materia económica, que su moneda no tiene valor ni poder de negociación.
En materia política y judicial el desastre no puede ser peor. Nicolás Maduro acabó de corromper las instituciones públicas, cargándolas de ineficiencia y una burocracia inactiva, el mejor ejemplo es la estatal Pdvsa, en otrora la joya de la corona. Además, el Tribunal Superior de Justicia comprado y lacayo, terminó por crear leyes ficticias para mantener a Maduro y la cúpula militar incólume y segura en el poder. La Asamblea de Venezuela en su momento legisló a favor de la dictadura. El régimen socialista terminó por destruir la independencia y el equilibrio entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La prensa perseguida, los líderes opositores encarcelados y la creación de milicias y comandos paralelos que sirven al dictador, son otras consecuencias de la debacle.
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En Colombia y el Tolima, especialmente en Ibagué, debemos seguir con los ojos abiertos, pues la amenaza socialista sigue seduciendo incautos y generando falaces ilusiones. Aunque nuestro modelo no es perfecto, ese tipo de socialismo sí es una amenaza real contra las libertades individuales y la democracia. Es evidente que los temas de empleo, competitividad, desarrollo, inversión pública y privada, inclusión social, el respeto a la vida, la defensa de nuestras instituciones, la estabilidad jurídica y la libertad de prensa y expresión son baluartes por los que debemos seguir luchando, defendiendo y perfeccionando con total determinación por el bien de nuestra sociedad y el futuro de nuestras familias. Ojalá que no nos ocurra nunca lo de Venezuela, suficiente tenemos con nuestros propios males.
Este artículo obedece a la opinión del columnista / Reproducción autorizada por el autor