La violencia sigue siendo noticia y sigue azotando al país: los asesinatos de miembros de la Policía en medio de una represalia contra esa institución. El Gobierno Nacional ha señalado como sospechosos de estos crímenes a los miembros del Clan del Golfo. Sin embargo, en este país este hecho no es el único, sino el más reciente.
Hay que destacar que en los últimos años también se han escuchado del asesinato de líderes sociales, y no hace mucho los estudiantes del país marchaban pidiendo derechos, y también justicia por sus compañeros asesinados en medio de las manifestaciones, tales como Lucas Villa, o en Ibagué, el caso de Santiago Murillo. Y si seguimos mirando hacia atrás, la lista de muertos por actos de violencia sigue aumentando, con las Víctimas del Conflicto, y aquellos caídos en la época del narcotráfico, y otro sin fin de enfrentamientos que se han dado por luchas de poder desde los tiempos de la independencia de Colombia.
No recuerdo un solo momento en que nuestro país no se dieran casos de fallecidos por algún tipo de violencia, y más aún, no hay un solo instante en que, como sociedad, nos conmoviera la muerte de los millones de personas que encontraron el fin de su existencia por hechos como enfrentamientos entre grupos armados, o peor aún, por una masacre llevada por alguno de estos para demostrar algo, una idea de quién manda realmente, o un simple resultado táctico.
En su momento Patricia Nieto, siendo investigadora del instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, publicó un articulo que analizaba precisamente esa insensibilidad que ahora tenemos como sociedad, a la que denomino la banalidad del horror. En dicho artículo, ella explica como ante tantas noticias de tantos hechos violentos en el país, nosotros como sociedad terminamos normalizando la existencia de dichos actos, y les restamos la importancia que tenían. Debido a esto, los recientes asesinatos, de policías, de líderes sociales, de miembros de grupos al margen de la ley, realmente solo afectan a sus más allegados, y más allá de la extinción de la vida de una persona, no demuestra alguna idea a la sociedad.
Dicho todo esto, queda preguntar a todas las organizaciones, tanto estatales como al margen de la ley ¿Vale la pena tanta violencia, tantos muertos? ¿Realmente demuestran algo? Es hora de que se realice un alto, y se empiecen a establecer diálogos para llegar a puntos en común, y que pare definitivamente con el fallecimiento de tantas personas, que también tenían familia, sueños, planes y esperanzas, como todos nosotros.
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