Siempre que hablamos de política y aún más por estos días de efervescencia, hablamos de los líderes que necesita el país. De los alcaldes, gobernadores y presidentes que requerimos, pero rara vez nos detenemos a hablar del ciudadano que necesita Colombia. Es claro que este país pide a gritos líderes y gobernantes incorruptibles, diáfanos, respetuosos, pero también se requieren ciudadanos del común que tengan esas características.
La gran crisis de valores que atravesamos, sumada a la polarización política, y a las discusiones superfluas entre izquierda, centro, y derecha, ha permeado completamente la esfera pública, pero olvidamos que los valores y las enseñanzas empiezan en casa y en familia como primer núcleo de la sociedad.
En ese orden de ideas, necesita entonces Colombia, un ciudadano respetuoso de sí mismo en principio para poder respetar a los demás. Autónomo en sus decisiones como afirmaba Kant en su tesis de mayoría de edad, y sabio para entender que, para construir sociedad, se requiere reconocer que todos somos diferentes, en cuanto a sexo, raza, religión, costumbres, etc, y que ello no debe enemistarnos o alejarnos en lo absoluto. Es absurdo pensar que todavía en este país y en otros del mundo, algunos insensatos se sigan agrediendo y hasta matando por cuenta de una diferencia de camiseta de equipo de fútbol. Eso no puede seguir pasando.
Requerimos ciudadanos con formación en valores, y en cultura ciudadana. Personas tolerantes que no se indispongan porque otro se le adelantó en la carretera al conducir, gente que comprenda al otro y se ponga en sus zapatos con un discurso racional en donde prevalezcan valores como la amistad, la hospitalidad, la lealtad y la reciprocidad, personas que sean capaces de reconocer sus errores y ofrecer excusas si es necesario, que construyan y dialoguen antes de levantar la voz o violentar con palabras o acciones.
Es claro que no somos perfectos y que cometemos errores porque somos humanos, pero seguramente, debemos empezar a dar estas discusiones en todos los escenarios posibles. La escuela, la familia, la universidad, el grupo de amigos cercanos. Basta con darle una mirada a aquellas sociedades consideradas como desarrolladas, exitosas, democráticas, y organizadas. Allí el respeto por el otro es fundamental, y el apego a las reglas es primordial para darle orden a las cosas.
Desde luego que debemos exigirle a nuestros candidatos, líderes, gobernantes este tipo de características, pero no podemos olvidar, que así como el colombiano promedio exige y requiere la defensa y protección de sus derechos humanos, también debe acordarse de sus deberes como miembros activos de una sociedad. Colombia necesita ciudadanos que marquen diferencia, imperfectos, alegres, formados y educados, pero principalmente formados en valores, porque muchas veces un diploma no traduce integridad y ética, pero sobre todo conscientes de que pueden ser agentes de cambio en una sociedad que mucho los necesita.