Nuestro amado país sucumbe entre los intereses políticos ideologizados y los oligopolios desesperados, que buscan uno y otro satisfacer sus teorías, sus extremos deseos, sus más profundas frustraciones, sus ambiciones. Todos terminamos siendo víctimas de esas desencarnadas luchas, batallas que durante décadas han hecho que permanezcamos en guerra, confrontación absurda que cobra vidas por violencia, hambre y miseria, sobre todo en los sectores más vulnerables de nuestro país.
La confrontación permanece y se agudiza, ya no solo se utilizan las balas asesinas, sino también las palabras que se escriben de frente sin consecuencias jurídicas y en trincheras virtuales, con capuchas que ocultan el rostro de los agresores, sicariando moralmente al que no piensa igual. La agresión que irrespeta la diferencia es el reflejo de un país que se desgarra y se descompone, donde el Estado representado en el gobierno, permanentemente envía mensajes contra la institucionalidad, la seguridad, la legalidad y la autoridad.
El narcotráfico en alza, la reaparición fuerte de la extorsión, el crecimiento del delito común como el hurto a celulares, motos, vehículos, el atraco, la negociación jurídica y económica con criminales esbozada en las reformas propuestas por el gobierno, son entre otras el reflejo de una falta de política de seguridad clara, no puede ser que, la única estrategia sea la de arrodillar el Estado románticamente a los criminales.
Anarquía, es la palabra que resume estos meses desde agosto, pasando por ver policías secuestrados por turbas enfurecidas que queman, destrozan a su antojo la propiedad privada. Hoy tenemos una fuerza pública desesperanzada, desmotivada, no saben qué hacer frente a la delincuencia, adicionalmente unas corrientes ideológicas fustigan la legitima defensa de los ciudadanos, por lo que ellos denominan “justicia por mano propia”, como si los ciudadanos también debieran humillarse y arrodillarse a los delincuentes, como hasta ahora lo ha hecho el gobierno. Mal entiende el gobierno y su corriente ideológica que la elevada percepción de impunidad y la desconfianza en las instituciones conducen a los ciudadanos al hastío, la frustración, por supuesto a la ira, sentimiento que desencadena este tipo de reacciones, que debemos controlar en legalidad, fortaleciendo las instituciones y dejando clara una política de seguridad contra la delincuencia, que proteja a los ciudadanos de bien sin favorecer a los delincuentes, Dios nos cuide. La verdadera amenaza existencial de nuestro pueblo hoy radica en la polarización política, el fracturamiento de la democracia y la incapacidad de los sistemas políticos democráticos para mantener a raya los oligopolios y los políticos radicales autoritarios.
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