venecia marcelo 2024
venecia marcelo 2024
Marcelo Alzate
26 Jun 2024 07:31 PM

Crónica: Venecia, la ciudad con alma propia

Columnista
Invitado
Marcelo Alzate comparte en su crónica la historia d un viaje de ensueño.

El sol, aún tímido en la mañana, se asomaba entre las nubes, tiñendo de un dorado mágico las aguas tranquilas de los canales. Una brisa fresca acariciaba nuestros rostros mientras desembarcábamos en Venecia, una ciudad que parecía sonreírnos con sus majestuosos edificios y sus calles llenas de vida. Cada rincón respiraba historia y encanto, invitándonos a descubrir sus secretos.

Nos dirigimos a la Plaza de San Marcos, el corazón palpitante de esta ciudad encantada. Allí, en una pequeña cafetería con vistas a los edificios históricos y al bullicio alegre de turistas y locales, encontramos una mesa perfecta para disfrutar de un desayuno familiar. El aroma del café recién hecho se mezclaba con el murmullo de las conversaciones y el sonido de los pasos apresurados.
 

Mi hijo, fascinado por los colores y sonidos a su alrededor, no paraba de señalar cada detalle, mientras mi esposa y yo saboreábamos cada sorbo y cada bocado, sintiendo que la ciudad nos hablaba en un idioma mágico.

Tras el desayuno, decidimos explorar Venecia desde su perspectiva más famosa: los canales. Nos acercamos a un gondolero que, con una sonrisa cálida, nos ayudó a subir a su elegante góndola. La ciudad, como una anfitriona encantadora, nos guio a través de sus estrechas y serpenteantes calles de agua. A ambos lados se elevaban edificios majestuosos y antiguos, sus fachadas reflejándose en el agua tranquila.

El gondolero, con su voz melodiosa, nos contaba historias y leyendas que parecían salir de las mismas piedras de la ciudad. Mi hijo, con los ojos brillando de emoción, señalaba cada puente y cada palacio, mientras mi esposa y yo nos perdíamos en la belleza de ese paseo romántico.

A medida que avanzábamos, Venecia nos mostraba su alma. Las góndolas pasaban suavemente junto a nosotros, los vendedores de recuerdos saludaban desde las orillas y los músicos callejeros llenaban el aire con sus melodías. La ciudad se movía con gracia, cada movimiento una danza que nos invitaba a seguir explorando. Sin embargo, no todo era perfecto.

Empezamos a notar que la cantidad de gente en los puentes y las calles era abrumadora. Había momentos en que teníamos que esperar para avanzar, y el bullicio comenzaba a sentirse sofocante.

Mi esposa, siempre observadora, comentó sobre el peso de tantos visitantes en la frágil estructura de la ciudad. Mi hijo, aunque emocionado, también empezaba a mostrar signos de cansancio por la multitud. Venecia, con toda su belleza, parecía estar luchando bajo la presión de tantos admiradores. Nos preguntábamos cómo una ciudad tan delicada podría soportar semejante afluencia sin sufrir daños irreparables.
 

Al caer la tarde, Venecia nos regaló un atardecer que pintaba el cielo de colores cálidos, reflejados en las aguas de los canales. Sentimos que el tiempo se detenía, cada momento más precioso que el anterior. Pero incluso en esa serenidad, la preocupación persistía. Venecia nos había mostrado su vulnerabilidad, su fragilidad ante la avalancha constante de turistas.

Finalmente, al caer la noche, nos dimos cuenta de que Venecia no era solo una ciudad. Habíamos pasado el día entero en su compañía, y cada rincón que habíamos descubierto, cada historia que habíamos escuchado, nos había mostrado que Venecia tenía un alma, una personalidad que nos había acompañado todo el día. Nos despedimos de ella, agradecidos por su hospitalidad y su belleza, sabiendo que siempre recordaríamos nuestra visita no solo como un viaje, sino como una conversación con una amiga antigua y sabia.

Venecia, con su magia y su encanto, nos había contado su propia historia, dejándonos llevar por sus canales y sus calles como si fuéramos parte de su esencia. Pero también nos había mostrado su dolor, su lucha por mantenerse a flote ante la marea interminable de visitantes. Venecia nos había hablado con sinceridad, revelando su preocupación por un futuro incierto, donde su belleza podría colapsar bajo el peso de su propia fama.

Nos marchamos con la promesa de volver, pero también con la esperanza de que esta ciudad encantadora encuentre el equilibrio necesario para perdurar por generaciones. Debemos ser viajeros responsables, conscientes del impacto que tenemos en los lugares que visitamos. Es nuestro deber cuidar.

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Fuente
Alerta Tolima